lunes, 31 de agosto de 2009

El imaginador


Víctor Antero Flores

Sacaste tu pistola de nueve milímetros y cortaste cartucho. El sudor te chorreaba por la frente, pero no quisiste abrir la ventanilla del carro.
—Dale ya —dijiste guardándote el arma en el cinturón—. ¿Vamos a comprar las medias o las robaremos también?
Destapé la guantera y te mostré una bolsa.
—Las compré desde ayer. Pruébate una, a ver cómo te queda.
Las examinaste minuciosamente.
—¿Dorian Gray? ¿No había otras más baratas?
—Es una inversión. El negocio nos va a reponer el dinero.
—Bueno, pero dale ya.
Encendí el carro y salimos del estacionamiento. Resulta tedioso ir a trabajar y no tener nada de que platicar en el trayecto. Siempre lo mismo. Tu te obsesionas en quejarte y yo... Nada me parece interesante.
—¿Viste Matrix? —preguntaste.
—¿La película? Sí, la vi. ¿Te pareció emocionante?
Te acomodaste en el asiento, como si estuvieras listo para disfrutar tus palabras.
—Estuvo genial. ¡Viste los efectos especiales! ¡Qué mundo loco inventó el autor! Toda una crisis existencial. Mis respetos para los que idearon esa historia. Intriga, misterio, acción, ciencia ficción, un destello de romance y esas escenas de artes marciales, se tumban a las de Bruce Lee.
—Bueno, son los espectáculos de esta época. Cuando veíamos a Bruce Lee queríamos pelear como él. Igual que el Santo, también tuvo su época. Lo malo de ésta es que por más que aprendas kung fu, no podrás correr por la pared a la velocidad de una ecuación computacional.
Te pusiste ansioso. Sacaste la pistola y jugueteaste un rato con ella.
—Es la euforia que te produce la película. Cierto, ¿quién no se peleó en el cine durante las películas del Santo? A mí me gusta imaginar que puedo hacer todas esas cosas. Que soy un experto en artes marciales y que lucho por la venganza y me quedo con las chicas. A veces pongo las caras de mis enemigos en los cuerpos de los malos y ¡pow, rajaz, chaz! me los madreo a todos.
—¿Y luego?
Te quedaste mudo un momento. Bajaste la mirada. Buscaste en tus entrañas una respuesta que pudiera aplastar mi cortantería.
—Pues me quedo así. A veces me embobo mucho tiempo imaginando e imaginando. Pero es que a veces siento mucha necesidad de querer vivir las aventuras del cine. Y pues como no puedo, me las imagino. Nomás que a veces me enojo mucho. No me gusta que me distraigan.
—¿Y qué ganas con eso, si no puedes hacerlas realidad?
—¿Realidad? Tal vez es que no me gusta la vida tan tranquila que llevamos. Carente de intensidad. A veces siento que no encajo. En la escuela me la pasaba pensando que yo era Luck Skywalker y que rescataba a la princesa Olga.
—Era la princesa Leia.
—Si, pero en su lugar ponía a Olga. Era la más buenota del salón.
—Deberías hacer más cosas en el mundo real. Le puedes agarrar sabor a algunas —vi que llegamos a nuestro destino—. Prepárate. Estacionaré el carro aquí, salimos, lo hacemos y nos pelamos, ¿Okey?
Moviste la cabeza afirmativamente. Nos calamos las medias. Abrí la puerta y salimos corriendo. Derribé la puerta del banco de una patada. Te acercaste al guardia de seguridad y lo golpeaste en la mollera. Yo fui directo a las cajas disparando al aire.
—¡Todos al piso, esto es un asalto!.
—Saquen todo el dinero y póngalo en esta bolsa de plástico —les dijiste a las cajeras—. No quiero saber que activaron una alarma. Si escuchamos las sirenas de policía, abrimos fuego contra los clientes.
Las pobres muchachas obedecieron llorando. A mí no me gusta amenazarlas, porque siempre les decimos puras mentiras. Pero así es este negocio. La recolección del dinero estaba tardando, por eso quise hablar, no me gusta platicar durante mis labores, pero también quería compartirte eso.
—Un carro volador.
—¿Qué? —me miraste como si fuera un idiota—. ¿Qué tiene eso?
—Siempre soñé con un carro volador. Sobre todo durante los embotellamientos del mediodía. Con el calor y la prisa uno termina por enloquecer. Se me botan los nervios y tengo pensamientos violentos contra los semáforos en rojo. Y luego los tipos que suenan el claxon por todo. Me imagino, en esos momentos el poder apretar un botón y que mi carro se convierte en una súper nave que flota sobre el tráfico. Vuelo demostrándole a los demás que ya me los chingué. Con otro botón saco las metralletas del cofre y las apunto contra el automovilista ruidoso y aprieto el gatillo. Las metralletas giran explotando estrepitosamente y pulverizo al idiota —cuando dije esto disparé sobre una computadora involuntariamente—. Después acelero las turbinas y escapo entre los edificios.
—¡Qué imaginación! —recogiste las bolsas con el dinero—. Eso es más difícil de llevar a la realidad que el kung fu de Bruce Lee.
—Por eso ya no lo hago. No pude concebir que eso nunca sucedería y caí en una crisis existencial. Era algo tan virtual que resulta difícil de aceptar. Como en Matrix.
Me miraste compasivo, haciéndome señas para salir del banco.
—Te entiendo —luego te dirigiste a la gente—. Nadie se mueva por tres minutos. Si alguno lo hace, nuestro compañero, que está de incógnito entre ustedes abrirá fuego.
Subimos al carro y aceleré al máximo. Conduje por las calles del centro como lo hacen en las películas. Sabía la ruta. Las sirenas se escucharon. Echaste un vistazo por la ventanilla trasera.
—Qué tan lejos vienen —dije.
—Dos cuadras. Oye ¿y qué pasó con tus imaginaciones?
—Ya te dije que no lo hago más. Las esquivo. Eso de vivir en la fantasía es algo muy duro. No te da de comer, a menos que seas un Steven Spielberg.
Los ojos te brillaron como si hubieras visto una veta de oro.
—¿Y si mejor nos dedicamos a hacer películas? Somos muy imaginativos.
—Puede ser. ¿O no? Se requiere mucho presupuesto, como cincuenta o cien millones de dólares por película, y nuestro negocio no deja tanto.
—Hagamos una chiquita.
El tráfico se embotelló. No podíamos seguir y los policías ya venían corriendo entre los autos. Nos bajamos y corrimos. Saltamos sobre los vehículos. Un policía te alcanzó y lo derrotaste a karatazos. Yo hice lo mismo con otros dos. Luego nos escapamos saltando la barda de un callejón.
—No sé. —dije—. ¿Y si sale chafa? Nuestra imaginación supera a nuestro presupuesto.
—¿Quieres seguir con tus imaginaciones o quieres traerlas al plano real?
—Bueno. No sería mala idea. Sólo que aún no me imagino una buena historia.
—Ya saldrá —me diste mi parte del dinero y nos escapamos por una calle.

2 de junio de 1999

Cuento publicado en el libro conmemorativo por 20 años de la Revista Literaria del Consejo Editorial Coahuilense Historias de Entreten y Miento, Antología, poesía-narrativa-ensayo-teatro. 2008.


jueves, 27 de agosto de 2009

El llanto del emperador


Víctor Antero Flores

Sobre el teocali, donde se cuantificaban los astros y se invocaba a los dioses, el emperador de la triple alianza levantaba una plegaria a la estrella más brillante del oriente. Sus ojos se cristalizaron reflejando el brillo de Quetzalcóatl.
—Toda la tierra es una sepultura y nada escapa de ella, nada es tan perfecto que no descienda a su tumba.
Vio hacia Texcoco. Se sintió feliz por un momento. Había llenado a su pueblo de luz: ciencias, poesía, literatura e historia.
Vio hacia Tenochtitlán y recordó sus años de exilio en la ciudad de los Aztecas. Su nombre era Netzahualcóyotl (Coyote hambriento), y bajo esa condición vivió cuando Maxtla usurpó su trono y lo persiguió como a un animal.
Vio hacia Tacuba y sintió orgullo por obrar con sabiduría. Creó leyes y consejos tan dignos, que todos los pueblos del valle los adoptó. Los había de guerra, finanzas, justicia y música.
—Comprendo el secreto ocultado: ¡Oh, mis señores! Así somos. Somos mortales, seres humanos a través y a través, todos tendremos que salir. Todos tenemos que morir en la Tierra. Como una pintura nos borrarán, como una flor nos secaremos. Piensen en esto, señores águilas y tigres. Aunque usted sea de jade, aunque usted sea de oro, usted también ira allí, al lugar de la frescura. Tendremos que desaparecer, nadie puede permanecer.
Y el cielo se rajó y de la herida brotó un chubasco de estrellas, la sangre del cosmos. Era la hora de morir, pues el firmamento se desangraba. Esa estrella alargada era un tajo a su pueblo y el rostro todo se le humedeció.
—Un rato cantar quiero, pues la ocasión y el tiempo se me ofrece, ser admitido espero, que mi intento por sí no desmerece; y comienzo mi canto aunque fuera mejor llamarle llanto.
Sintió impotencia y desahució con el mal presagio, pero saboreó la dicha y regocijo por lo que en la Tierra hizo. Hombre de agrios y dulces sentires. Un día feliz otro triste y a veces triste-feliz. Puso su rodilla en el suelo y oró:
—En ningún lugar puede estar la casa de "el que se inventa". Pero en todos los lugares lo invocan. Es él quien inventa todo. Es él quien se inventa: Dios. ¿A dónde iremos donde la muerte no existe? Mas, ¿por eso viviré llorando? Que tu corazón se endurezca: Aquí nadie vivirá para siempre. Aún los príncipes a morir vinieron, hay incineración de gente.

GX 231267



Modelo clásico 1967 (deportivo), sobreviviente de la extraviada Generación Equis que pululó durante los años 80. Nacido y radicado aún en Saltillo, Coahuila. A los 10 años escribió su primer cuento (que la maestra de cuarto no le devolvió) y a los catorce creyó fácil escribir una novela sobre dinosaurios.
Estudió Ciencias de la Comunicación porque no había manera de estudiar cine, literatura e informática al mismo tiempo... y también porque su padre le dijo que si no estudiaba algo terminaría como albañil... que por cierto, ganan mejor.
Ahora es narrador, dramaturgo, guionista y productor de cortometrajes, animador de gráficos en 3D, a veces dibujante, gustoso del comic, cinéfilo, antes periodista y para comer trabaja como guionista de radio.
Frase hecha favorita: Vox audita perit, litera scripta manet (La voz se pierde, la letra escrita permanece.)Frase propia: (La de moda hoy): Yo sólo quiero un lugar en donde sembrar.
Su nombre se encuentra en antologías como: Letras Coahuilenses, Ganadores y Menciones Honoríficas del Certamen Julio Torri (1999), y Puente de Letras (España, 2007). Ha publicado en las revistas Historias de Entreten y Miento, S.O.S., Acento, La humildad Premiada; también en algunos periódicos saltillenses y en las editoriales electrónicas de Ficticia y Parnaso, entre otros disolutos medios, casi masivos, de comunicación.

Y con esta me presento en el virtual teatro del Blogger donde le daré gusto al exibicionismo de mis letras, que pérfidas y a veces desleales, hacen lo posible por desobedecerme y abandonan el cuaderno del recato.
La única nota al respecto del cuidado de lo que aquí aparece es que, si alguien desea compatir o publicar mis cuentos, me avisen... todo está registrado y/o publicado.

Vox audita perit, litera scripta manet.
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