jueves, 12 de abril de 2012

Sol de Anáhuac

Víctor Antero Flores
—Usted es el único interno que pide libros.
Ricardo Magnus examinó el tomo. Era un viejo ejemplar de París en el siglo XX.
—Es porque soy el único habitante de este lugar. Díselo a tu programador.
El robot levantó los tomos rechazados con su tentáculo y los colocó en el interior de su cuerpo.
—¿El señor está conforme? ¿Cuándo paso por el libro? ¿Lo terminará el domingo como acostumbra? ¿Desea ir escogiendo la próxima historia?
—Estoy aquí por ser un cuestionador violento, Aldo, como tú —dijo sobrio el hombre y se tiró en el catre a leer.
—La política no es mi ramo —indicó el androide.
—Mira, este libro tiene una dedicatoria en la primera página: Post mortem… Para Adrián Rodríguez García, padre de Ciudad Lux y creador de la Universidad Universo. De sus discípulos. Ya nadie lo acostumbra. ¿Será que ya no se editan tantos libros en papel? —suspira—. Recuerdo mejores tiempos.
El asistente extrajo de sus entrañas un panel lleno de perlas transparentes.
—Ahora nadie tiene por qué hacer el esfuerzo de traducir caracteres —dijo Aldo con voz mecánica—. Los libros digeribles pueden instalarse en el subconsciente.
­­—Jamás lo he hecho y nunca lo haré.
—El otro día tomó algunos.
—Pero no los tragué. Esos títulos son una curiosidad, incluso un misterio en la publicación de libros digeribles. No debieron ser editados y por eso los guardo. Por otro lado considero que esos librachos comestibles son una falacia.
—Tienen gran resultado, señor. Éxito de la nanotecnología. No hay que convencer a nadie de leer. Se tragan y al momento de requerir la información esta aparece como un recuerdo.
—Sé como funcionan. Inventos orientales para países tercermundistas. Tener que tragase un libro, literalmente, no sólo me parece absurdo sino risible. Generan un recuerdo raso del contenido. ¿En dónde queda el disfrute de la prosa, del idioma, de la narración, de lo humano? Un libro nos identifica con lo que somos. No como esos chícharos de información llana para tostadoras como tú.
—Estos libros elevaron el promedio de educación en el país a nivel profesional.
—¡Felicítame al presidente! —exclamó con sarcasmo.
El robot giró ciento ochenta grados y se dirigió al hombre que se acercaba.
—Felicidades, señor, de parte del interno.
Con afable aire el visitante esgrimió una orden y el robot se apostó a un lado.
—¿Molestando a la servidumbre, doctor?
—Es mi única distracción en el mundo real.
—Veo que sigue aficionado a lectura análoga.
Magnus lo miró receloso tras los barrotes y dejó el libro para más tarde.
—Usted no lo sabe, pero cuando abro estás páginas salgo de aquí y soy libre.
—Sé de lo que habla. Leí mucho en mis tiempos.
—¿Leyó mis libros?
—Algunos, antes de que usted fuera presidente. Admirables.
—¿Y Sol de Anáhuac?
El funcionario hizo otro gesto y el robot desplegó un banquillo, y tomó asiento.
—Usted no es un preso político.
—Entonces qué clase de reo soy.
—No reviviremos las monsergas del proceso.  La nueva administración no está de acuerdo con su condena, la consideramos exagerada por parte del tribunal mayor.
—Pues sáqueme —reclamó Ricardo Magnus poniéndose de pie.
—Las cosas ya son diferentes. El poder ejecutivo ya no es autocrático, la barra fuerte de la opinión pública sigue en su postura de extrema derecha y su falta está catalogada como un atentado a la soberanía nacional. Los testigos y las pruebas indican la intención de vender territorio mexicano a una potencia extranjera.
Magnus saltó sobre los barrotes y los apretó.
—¡Allí está la trampa! La procuraduría no hizo bien su trabajo. Las trasnacionales están de tras de todo. Mi intención era convertir en reserva ecológica la Cuenca de Maltos. Hubo información manipulada, documentos que se malinterpretaron.
—Lo entendemos. Su intención era evitar la explotación de los mantos de gas y petróleo recién descubiertos.
—El mundo necesita ese cambio —los ojos de Magnus centellaban—. Hay que terminar con las máquinas que queman hidrocarburos antes de que todo perezca. Si llegamos a ser los primeros en lograr la transición nos convertiremos en la punta de lanza de toda la tecnología que surja del cambio. ¿O vamos a esperar a que los orientales la inventen y nos la hagan tragar como estos libros?
Proyectó su mano tras la reja y tomó sin permiso la pluma del saco presidencial. Vació su contenido en el buró. Cinco esferas traslúcidas brillaron con la luz ámbar.
—Ese contendedor es regalo del obispo—dijo receloso el gobernante.
—Seguro aquí viene la Biblia, ¿no? —se burló el reo.
—La Biblia, La Constitución, dos tratados de paz social y el discurso de la victoria.
—Mi libro contiene los mecanismos para hacer la transición de los hidrocarburos a la energía solar sin quebrantar la economía.
—Eso significa echar fuera del país a las armadoras extranjeras y a otros involucrados. Provocaríamos una intervención.
—No, si propiciamos las condiciones para que esas fábricas emigren a otros países mientras desarrollamos nuestra propia tecnología… ¡Punta de lanza!
—¡Incosteable!
—Al contrario. Habrá que tumbar cabezas, limpiar terrenos, apropiarnos de nuestra propia riqueza y administrarla… De allí surgen los recursos.
—Dicho así parece fácil. Pero es obvio, lo dice un ex cacique.
—¿Y quién mejor? Su nueva administración tiene el plan de limpieza para terminar con las viejas posturas e instituciones que evitan la explotación de la propia riqueza. Yo, la forma de echar a andar un nuevo mundo. Mi libro… allí está todo.
—Sol de Anáhuac desapareció. No queda un solo tomo en el mundo.
El reo acopió las esferas de la mesa. Las observó, prestidigitó con ellas y poco a poco las  introdujo en la pluma.
—Sí, quedan algunos. Yo, por ejemplo, soy mi propio libro —dijo y después lo miró de soslayo—. Libéreme y el crédito será de ambos.
—No me interesan los créditos, eso es vicio de los viejos regímenes.
La mano del prisionero se estiró con amable gesto y le ofreció el contenedor.
—Entonces, que sea por el bien universal.
El presidente se incorporó, tomo su artículo y emprendió la marcha diciendo:
—Reformar la Procuraduría de Justicia llevará tiempo.
—¡Sabe que soy víctima de una caería política de mi partido! Pensamos igual, este fue un país asaltado por su propio gobierno y usted y yo iniciamos el cambio.
—Adiós, doctor Magnus.
El condenado resopló con amargura.
—Entonces, ¿cuál fue el motivo de su visita?
Aquel se detuvo.
—Fue meramente social — dijo y se alejó.
—¡Obtiene muchos créditos al visitar al único preso de Nueva Lecumberri! ¿Verdad? —gritó Magnus—. Cuando lea mi libro verá que tengo razón.
El robot aseó el piso donde los zapatos del mandatario dejaron el polvo de la calle. Luego, con sobrio servilismo, repitió su programa.
—¿El señor está conforme? ¿Cuándo paso por el libro? ¿Lo terminará…?
—Estoy conforme, Aldo. —se acercó a la máquina y preguntó—. ¿Puedo ver tu charola de los chícharos?
—¿El display? Por supuesto señor. Creí que nunca se decidiría. Tenemos la Historia Universal, Teatro y Literatura Dramática, Arqueología, Huitzilopochtli…
Ricardo Magnus agitó las manos queriendo sacudirse esa voz electrónica, tomó el exhibidor y lo acercó de un jalón. La sacudida calló al parlanchín.
—Uno es lo que come —expuso—. Hay que tener cuidado con lo que te metes en las tripas, Aldo. Hoy voy a hacerte una donación.
Sistemáticamente colocó, una tras otra, cinco perlas en el portalibros.
—¡Caramba, señor! ¿Qué obras son estas?
—La Biblia, La Constitución y no sé qué basura más.
—Son las del presidente.
—No. Es una coincidencia —mintió impasible mientras terminaba la operación.
Las cámaras oculares del robot inspeccionaron las esferas.
—No puedo procesar la incertidumbre.
—Lo sé —respiró aliviado y fue por su lectura. Hacía poco tiempo que varios tomos digeribles de Sol de Anáhuac le había llegado en la misma bandeja de del robot. ¿Quién lo hizo? Eso ya no importaba.—Hay muchas cosas por arreglar en este mundo; cosas que no entiendes mi estimada bobina parlante. Los hombres y las mujeres, desde que somos lo que somos, hemos sacado de su hábitat a muchas especies y luego, al ver nuestro error, buscamos la manera de reintegrarlos a la naturaleza. Mi especie  transformó… o mejor dicho trastornó su entorno en un afán evolutivo forzado y violento. Ahora la gran pregunta es ¿Cómo haremos para reintegrar al ser humano a la naturaleza? —el exhibidor con los libros desapareció en el interior de Aldo y ambos se miraron—. La respuesta ya viene, como cada nuevo sol de los aztecas.
El robot parpadeó y Ricardo Magnus se tiró en el catre a leer.

"Sol de Anáhuac" ganó el Segundo lugar en el Concurso Nacional de Cuento de Ciencia Ficción y Fantasía "Todo puede cambiar" de La Brigada para leer en libertad A.C. en México D.F. 
Fue incluido en el libro "Y si todo cambiara". Mayo de 2011.