El rey pobre
Víctor Antero
Flores
Habrá, algún día, un rey de nombre Teodoro. Ancho de hombros, corpulento y
viejo. Vestirá atavíos soberanos consistentes en un overol anaranjado, botas de
hule y guantes de carnaza. Eso sí, una corona de hojalata le distinguirá de
otros.
Su cetro será una escoba
y su trono el escalón del cine viejo o la simple banqueta. Su castillo, una casa
de cartones y tablas y en vez de caballo, un perro flaco y fiel, que lo seguirá
por donde fuere.
El pueblo le reconocerá
y se acercará a él en busca de consejo:
—Señor, altísimo, serenísimo, majestad, sapiente, eruditísimo...
—Señor, altísimo, serenísimo, majestad, sapiente, eruditísimo...
El rey levantando una
mano y con gran paz dirá:
—Ya, ya, no sean
lambiscones y díganme, ¿qué desean?
Y las preguntas vendrán:
—La ropa de invierno es
muy barata y los salarios siguen creciendo desde hace seis años. Nuestros hijos
no tienen frío y el trabajo se hace menos pesado.
—Dejaremos de comprar al
extranjero las ropas. Compraremos sólo a nuestros tejedores y artesanos.
Propondremos a otros países nuestra ropa como la única invernal. En cuanto se
desequilibre el mercado, bajaremos los salarios.
El asistente tomará nota
y pasará la orden a la secretaría de comercio. Los hombres trajeados, que
llegarán con su queja, sincronizarán sus relojes de oro, sacudirán el polvo de
sus zapatos de charol y subirán a sus carros último modelo.
El rey proseguirá con su
trabajo de limpieza. Deberá terminar la calle para seguir con la plaza. Ayudará
a una señora cuyos criados no le serán suficientes para bajar el tantísimo mandado
de su flamante camioneta. Jugará a la pelota con los niños más ricos de la
ciudad, compadecido por su situación. Visitará las escuelas dominadas por
adinerados religiosos y dará apoyo moral a los pequeñines que estudian.
Revisará los programas para combatir la riqueza. Por una hora al día vestirá un
elegantísimo esmoquin, para que la gente de muchos recursos se sienta
identificada con él. Y a voces se dirá:
—El rey Teodoro es envidiable.
Vean como vive, tan humilde, disfrutando de su libertad. ¡Qué debemos hacer nosotros
para no tener tanto dinero!---
Cuento inspirado en Ardían Rodríguez García (foto), quien en la segunda mitad del siglo XX desarrolló un proyecto de gobierno personal, inteligente aunque indigente. Inmerso en su austeridad no perdía la esperanza de gobernar este país para ayudar a pobres, huérfanos y desvalidos.
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