jueves, 15 de octubre de 2009

Leyenda de un unicornio

Víctor Antero Flores



Ella era un suspiro en el bosque, una delicada brisa que en libertad flotaba. Le hubiera gustado tener un vestido holgado de seda para que el viento jugara a ondearlo. Le hubiera gustado tener los cabellos dorados y los ojos violeta, así como dicen ser las princesas. Le hubiera gustado ser bonita, para que los caballeros se batieran buscando su amor.
Pero la realidad le era cruel a comparación de sus brillantes sueños. Le era hermoso soñar, pero eso no era la vida; aún así seguía creando sus esperanzas en lugares, hechos y personas que ella inventaba. Volver a la realidad siempre era un golpe extraño, pues nada de lo que había imaginado estaba allí.
Perdió la cuenta de las veces que durmió bajo el gran árbol, junto al río, para despertar y descubrir que el unicornio no apareció.
La leyenda contaba que aquel mágico animal únicamente se presentaba ante una virgen que durmiera bajo esas condiciones.
Ella miró el lugar. Se tocó la cara, como queriendo reconocerse, llevó sus manos a la boca y después las deslizó sobre el vestido, sintiendo su talle, abrazándose a sí misma..
—La virginidad está en la mente, no donde todos piensan —decía en voz alta para no sentirse indigna de sus sueños.
Llegó al borde de la plácida corriente, junto a un enorme nogal y volvió a dormir bajo su sombra.
Por primera vez, en años, tuvo un sopor tranquilo y lleno de luz. Allá afuera nada importaba.
Despertó sintiéndose ligera, despojada de las preocupaciones y miedos cotidianos. Miró con sorpresa que su mundo había cambiado. Físicamente era el mismo, pero lo veía con otros ojos, con una nueva energía de vida.
Se incorporó para inspeccionar, el ruido había sido muy leve pero logró escucharlo sin perturbarse. En algún lugar de los alrededores, escondido por la vegetación, un animal que pisaba sobre pezuñas, había retozado.
Sigilosa, observó la maleza. El sonido de las pisadas volaba con el viento. Ella dio unos pasos junto al río y entonces encontró las huellas. Un equino estuvo a su lado mientras permaneció sumida en el letargo.
Las hendiduras impresas en la tierra húmeda la llevaron hasta el pequeño estanque. Los sonidos parecían provenir de ese lugar.
Se encontró con el carrizal que envuelve los límites del agua; detrás había movimiento. Miró tímida entre los huecos de luz que se filtraban
Cual cortina de un escenario, los carrizos se abrieron en contra de su voluntad y la figura que apareció ante ella la sorprendió. Esos ojos tristes reflejaron la magia de su corazón. Pensó que lo correcto era sentirmiedo, más no podía.
—Me estoy bañando —dijo él, quien mostraba su torso desnudo.
Ella hubiera querido disculparse.
—Yo sólo estoy... buscando... —y se giró a izquierda y derecha buscando al unicornio.
—¿No te da miedo andar sola por estas regiones?
—No, ¿por qué? Nadie viene a este lugar.
—Yo sí vengo.
—Tú no me das miedo.
Ella le miró; no era un hombre feo y parecía educado.
—¿Qué es lo que estabas buscando?
—Algo.
Él sonrió ante la elocuente respuesta.
—Te ves muy convencida de que sabes lo que buscas.
—¿Sí? ¿Y tú qué haces aquí?
—Son mis tierras, solamente paseaba y me dieron ganas de nadar un poco.
Ella volvió a investigar con la mirada los alrededores.
—¿Crías caballos?
—¿Caballos? No. Mi abuelo sembró todos esos nogales y eso es lo que cultivamos aquí.
Ella se convirtió en un sol de satisfacción. Sus sueños estaban seguros.
Él emergió de entre el cañaveral y se abrió paso aplastando las hierbas. Tenía un pantalón vaquero y una playera blanca en la mano. Terminó de vestirse en cuanto estuvo libre de obstáculos. Entonces ella pudo apreciar su altura y la energía que emanaba de su cuerpo al moverse. Encontraba cierto poder brillante en eso.
—¿Te molesta que haya entrado en tus tierras?
—La verdad, no. Pocas veces uno tiene la suerte de encontrarse con una muchacha bonita por aquí.
—¿Bonita Yo?! Mírame bien. No soy, que digamos, una belleza.
—¿Que no eres bonita? Comparada con quién —hizo una pausa—. A veces queremos pretender ser quienes no somos. Compararse no es bueno, te deprimirás —ella percibió un brillo mayor en ese espíritu.
—¿Cómo te diste cuenta de eso?
—Idealizar es parte de una búsqueda infructuosa cuando no tenemos los pies sobre la tierra. Yo hubiera querido encontrar a mi mujer ideal, pero quien siempre paga es la real... y uno mismo. Qué pudiera dar por encontrar a esa mujer de cabellos dorados y ojos violeta que pasea por los campos de mi imaginación en vestido de seda blanco. Pero uno se cansa de buscar en donde no hay nada.
Ella relucía de sorpresa y euforia.
—Sí hay, pero existen fronteras y muros que no dejan ver.
—Puede ser.
A ella se le ensombreció un poco el semblante.
—Yo también busco un ideal.
—Entonces tómalo con calma, de seguro es un espécimen raro.
—Rarísimo.
Él se rió de la respuesta.
—A veces yo me siento muy raro cuando trato de interpretar el papel de mi personalidad ideal. Quisiera correr en cuatro patas... galopar al viento.
Entonces ella fue la que se carcajeó.
—No me lo puedo imaginar. Tú gateando por allí.
—No me lo tomes tan literalmente, ya estoy grandecito. Para eso uso un sustituto.
Y lanzó un silbido.
Ella escuchó con desahucio. Eran de nuevo las pisadas a trote de un equino.
El caballo de raza árabe apareció dando la vuelta al camino desde el cañaveral.
Él corrió a su encuentro y de un salto montó a pelo.
La conjunción mágica se realizó. Él sobre la bestia era más que un centauro, era una fusión en donde el jinete se convierte en la punta fascinante que transforma al bruto en armonía.
—Cuando te vi dormida bajo el nogal —dijo desde su montura— me dio pena despertarte con los resoplos del caballo y por eso lo alejé de este lugar.
—¡Pero dijiste que no criabas caballos!
—Cierto, no los crío. Pero sí tengo éste.
Otro cruce de miradas eufóricas dio un toque terrenal a los soñadores.
—¿Ya te vas?
—Pues sí. Aun hay cosas qué hacer. Me gustó platicar este rato contigo... aunque fue un tanto extraño.
—Sí, fue algo raro, pero me agradó.
—A mí también. Adiós.
Tomó camino a galope mientras ella levantaba la mano para despedirse.
De pronto la joven sintió que perdía una parte de sus sueños y al mismo tiempo otra de su realidad. Entonces gritó, con voz apagada:
—¡Unicornio!
Él detuvo al animal y la miró con cierta inquietud y sorpresa.
—Dime.
—¿Te acompaño...?
—... Vámonos.

Este es uno de mis primeros cuentos. Fue publicado en un periódico saltillense allá por 1994.

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