viernes, 4 de septiembre de 2009

Estela


Víctor Antero Flores


—No me puedo mover —reclamaría Estela si pudiera.
La atmósfera será gélida. Ellos al entrar, lo notarán. Pero Estela no. Tanto ajetreo minutos antes... y luego ese presente, tan pertinaz.
Mientras los minutos pasan, ella hubiera podido terminar con su rutina. Finalizar de vestirse, arreglarse, pensar en el examen de esa mañana.
Al ir por la calle, hubiera recordado la noche larga /de estudio/ /en debate/, su cuarto lleno de las voces de sus... ¿amigos?... compañeros de clase.
—¡Cállate! — recordaría la imposición como parte de un altercado que, /de no ser por su presente, solamente lo hubiera imaginado/.
Esa mañana, si hubiera llegado a la Escuela /saludaría/ ... no con la voz, con su belleza. Y su belleza cobraba otras cosas.
No tendría interés por los vapores de envidia que nublaban los ojos de otras. Tampoco por las /llamas/ de los masculinos.
Mas en su cuarto...
—No... —pudiera haber dicho.
Para los que llegarán, la tibieza del cuarto de baño les dará la pista de que tomó una ducha caliente. La humedad en la cama, dejada por el cabello, confirmará la especulación. La toalla húmeda hablará de más.
Ella, de no ser por su presente, nunca lo habría sospechado.
Siendo hermosa, no tuvo la necesidad de cortejar a alguien. Eso llegaba por sí solo. Jamás se arrepentiría de haberse relacionado con ... /él/ /ellos/. /Jamás/ se arrepentiría, de no ser por su presente. Su única tristeza pudo haber sido la dependencia de él al alcohol y a las pastillas sicotrópicas. Podría haberse preocupado mucho por eso.
—Me duele... —hubiese gritado.
Pudo seguir siendo una obra de arte /de Dios/ /de la naturaleza/. Hubiera posado para las fotografías de los aprendices / la deseaban desnuda/. Sus labios seguirían tocando los de /él/. Su cuerpo hubiera engolosinado más a los hombres de su plantel... /como siempre/, pudo seguir prolongando los pensa/mientos/ ajenos hacia lo fantástico... y los celos.
Los visitantes de su cuarto notarán el verde tan claro de sus ojos, que tendrán rastros de las lágrimas que se alargaron hasta sus mejillas. Ellos se desplazarán por la habitación descuidados, sorprendidos... ella podría no verlos, porque de poder, ellos jamás llegarán.
Esas gotas saladas /serían, de no ser por su actualidad, para otra ocasión/, para cuando /él/ no estuviera.
—Suéltame —hubiera suplicado con voz aguda y suave, como de sueño.
Risas en la banca, bajo los árboles y las hojas que caerían... /risas/ que pudo haber entre ella y sus cercanas. Envueltas con el sonido de los cuadernos y la voz de la directora... ella no seguirá hablándole más con esa falsa, pero bien entrenada condescendencia. Ella jamás sabría que la señora mandamás desvió la atención de los medios de comunicación callándolos violentamente... El monstruo de la angustia /igual al de los futuros visitantes/ iba a soltar a otro peor... la bestia de lo pusilánime. Empequeñecida por propia voluntad ... la directora... la ignorará junto con las carretadas de consecuencias. /Estela bien pudo nunca siquiera imaginarlo/.
—¡Por qué! —cuestionaría, pero de poder hacerlo, jamás hubiese tenido necesidad.
El dinero iba a sonar en vez de las palabras.
Los hombres en su recámara especularán... pero nunca intelegirán. Todo estará allí, mas no sabrán verlo.
El presente es tan largo. Estela lo nota, lo sabe. En ese momento, todo el sufrimiento es perpetuo. Se repite una y dos veces /por cuatro/; /por quinientos/... la numeración es infinita. Allí, ella piensa todo /sin pensar/. /Ella lo sabe todo/.
La verdad, ella contaría eso, pero de poder no hubiera tenido necesidad.
Las cosas que pudo seguir detestando, serían las frecuentes palizas que /él/ le daba. Hubiera seguido siendo un profesional en buscar pretextos para eso. Y nunca imaginaría que pudo haberse equivocado en ese punto.
Ni eso despertará la maquinaria inteligente, oxidada en los hombres que entrarán en su habitación. Moverán todo, echando a perder cualquier pista.
Sus ¿amigos? y ¿amigas? /...Esos.../ de la escuela se preguntarán la razón de su ausencia en clase. Estela jamás los vería llegar para descubrirla con un hilo de sangre saliéndole por la nariz. Ni siquiera imaginaría verlos declarar ante el Ministerio Público sobre las razones de su muerte. Tampoco los imaginará levantando los hombros ... /ellos/ quienes más la conocían, dirán que no saben quién pudo ser capaz... /no/ saben.
Como imaginar eso... con este presente. Sus manos blancas dejaron de oponer resistencia. Su cuerpo, tendido sobre la cama se dobla por el peso de las rodillas... Lo peor era la toalla... sus ojos /espejos del terror/ decían:
—No me lo merezco —su boca pudo haberlo dicho. Pero en su presente, /él/ la está estrangulando y va a dejar en su cuello la húmeda arma...
Nunca imaginó que ese joven, al que confiaría su vida, se la está robando. Mucho menos que seguirá siendo, gracias a todos, un asesino impune.
Los peritos de policía llegarán en un par de horas.
Estela no podrá saber de la mediocridad de los visitantes, ni que su caso quedará en la incógnita.
Ve a /él/ de frente. Su furia... la locura... el error... /que él no conoce/ gozando con lo que hace... burlándose... Chasquea la lengua, enseña los dientes, aprieta las mandíbulas y las manos... todos sus músculos... tiene un orgasmo con sólo ver esos ojos verdes que lo miran. Está satisfecho de ser lo que es.
—No, por favor, mi amor... —diría Estela, de poder... pero ya no puede.



Este cuento resultó finalista en el concurso Relatos Bajo el Puente y fue publicado en el libro del mismo nombre, editado por la editorial Puente de Letras en España, en 2007.

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