lunes, 14 de septiembre de 2009

Los microbios son tontos

Víctor Antero Flores



—Que bueno que llegó, señor Ether.
—Ya sabe que siempre ando por aquí, señora. Ahora dígame qué es lo que le acontece. Me han dicho que sufre de terribles males.
—Sí, señor. Ya son muchos años. Estoy peor que la vez pasada.
—Ya recuerdo. Hace muchos años le receté un medicamento muy fuerte para terminar con esa sobrepoblación corrosiva de microorganismos. Y ahora dígame, ¿cómo le fue en los años que no nos vimos?
—De maravilla, señor Ether. No fue hasta esos últimos años cuando me atacaron unos terribles malestares y dolores. Necesito que me haga una exploración para ver qué es lo que tengo.
—Está bien, comenzaré... Sí. Ya lo veo. A ver más acá. Sí, es obvio. ¿Le duele aquí?
—¡Ay! Sí. No le mueva.
—Déjeme revisar el otro lado. No, éste está bien. Pero se le ha abierto un hoyo superficial acá. Veamos el centro. ¡Uy! ¿Y del otro lado?... ¡Válgame!
—¡Qué, señor Ether! ¿Estoy muy mal?
—No señora. Mal, lo que se dice mal, pues no. Pero su estado sí es delicado. Me recuerda lo que le pasó a su vecino.
—¡Por todas las cosas! No me diga que me voy a secar igual que el vejete ese.
—El vejete ese tiene casi la misma edad que usted. Pero no creo que se seque, no por lo pronto. Su cuerpo aún está muy hidratado.
—¿Cual es mi mal? Dígamelo. No tenga miedo a que me de una crisis nerviosa. Con tantos achaque no creo que pueda haber algo peor.
—Lo que le sucede, mi señora, es un a infección de microbios.
—¿Qué clase de microbios?
—Los comunes, todos los cuerpos vivos los tienen. Unos en mayor cantidad que otros, algunos de plano acaban por morir debido a que estos microbios suelen descontrolarse e invadir todo el cuerpo de manera feroz y corrosiva. Pero no se asuste, no tiemble. Aún tiene remedio.
—¿Lo tengo? Eso que me dice se oye patético y mortal. Ay, es que escucho tantos rumores de esas enfermedades, que me pongo a temblar. Mire a mi alrededor. Aquí cerca esta el seco, allá el frío, aquel otro vecino quedó chamuscado. Y para qué me voy más lejos. Los únicos sanos en este vecindario somos yo y la niña Europa, la del gigantón ese que no sirve para nada y que ya hace rato que está inválido.
—Está bien, cálmese. No era mi intención alarmarla. Déjeme le explico. Los microbios son tontos. Habitan un cuerpo y viven de él. Los tienen afuera y adentro. Pululan por las regiones cavernosas o a flor de piel. Pero por alguna extraña razón llegan a mutar, cambian y se vuelven voraces. Crece su número descontroladamente y comienzan a comerse su propio hogar, el cuerpo que habitan.
—¿Por eso son tontos?
—Claro, quién más tonto puede devorar el cuerpo donde vive. Sólo los irracionales microbios. Son muchísimos, se acaban su hábitat, ¿y luego?
—¿El cuerpo muere?
—Exacto. El cuerpo muere y por añadidura ellos se quedan sin alimento, sin hogar, sin una atmósfera propicia para la supervivencia. Por lo tanto, al matar su casa, ellos también mueren. Son tontos. Esos microorganismos bien podrían vivir en equilibrio con el cuerpo, como debe ser, como está estipulado por las leyes naturales, pero por razones desconocidas se vuelven feroces. Entonces es cuando hay que actuar.
—Igual que aquellos años en que me enfermé de microbios.
—Si, pero esos eran otros. No tan voraces y ya ve, hubo que usar una medicina muy fuerte. Un bólido.
—¡No, por favor, otra vez no!
—Esperemos que no sea necesario. Recuerde el pequeño descontrol que tuvo después. Grandes dosis de agua fueron suficientes para diezmar la población de microbios y regular el ritmo de vida.
—¿Qué me receta ahora?
—Su estado es serio, señora Tierra. Tiene un tremendo hoyo en la capa de ozono. Lo bueno es que está en el polo sur, si no la influencia del señor Sol ya hubiera terminado con su flora. Es necesario detener las segregaciones de gas por oxidación violenta que emanan estos nuevos microbios. También tiene los mares contaminados. Si muere su fauna acuática habrá problemas más serios. Los microbios se han establecido en colonias grandes, que son los puntos críticos de donde proviene tanto dolor. No menos que esas cicatrices atómicas que dejaron en su corteza. Hay que eliminar algunas de estas aglomeraciones de microbios. Como antes le hicimos.
—¡Otro meteoro no, por favor! Me llevó siglos recuperarme.
—Pero sobrevivió. No quiero llegar a una medida tan drástica. Lo que haremos será provocar algunas erupciones volcánicas en puntos estratégicos.
—Eso duele, ¿pero me curará?
—No del todo. También haré algunos ciclones cerca de aquí y aquí. A ver si barremos con algunos microbios. Tal vez algunos tornados sean buenos. Pero no son lo suficientemente fuertes. Debemos hacer algo con los asentamientos que están al centro de los continentes. Tal vez haya que mover la enorme falla que sale de esta península.
—Me duele, señor Ether. No la toque.
—Es solo un piquetito, verá como se siente mejor. Con esto haremos unos sismos en tres grandes dolorosos asentamientos contaminantes. A ver si con esto entienden los microbios.
—¿Me curaré?
—Se restablecerá, señora Tierra. Tenga fe. Le aseguro que no se secará como el viejo Marte. Pero debe seguir mis indicaciones para terminar con esa “cortesitis” microbiana. Mire, debe hacer un temblor cada veinticuatro horas en la faja volcánica. Le recomiendo aquí y aquí. Si duele mucho deténgase y haga algunos pequeños en otros lugares. Los ciclones, en el golfo estarán bien. Si sufre de mareos espere una semana y repítalo. Procure inundar mucho estas regiones de aquí. Yo vendré en unos años para ver como sigue.
—Gracias señor Ether. Que bueno que vino pronto. Ya estaba preocupada.
—Ya sabe que siempre ando en todos lados. Ahora me voy, hay otros planetas que me necesitan.
—Vaya con Dios.
Cuento escrito en 1999 y publicado en diferentes medios de comunicación.

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